La concentración, fuertemente vigilada por las fuerzas del orden, se desarrollaba en un ambiente tranquilo, a pesar de algunos silbidos, bengalas de humo y cánticos hostiles contra la policía y Macron.
Miles de “chalecos amarillos” manifestaron este sábado en París y en varias ciudades de Francia, tres meses después del nacimiento de este movimiento de protesta social que persiste. El ministerio de Interior estimó en 41.500 los manifestantes en todo el país, de los cuales 5.000 en París, cifra inferior a la de la semana anterior.
En París, punto tradicional de fuertes movilizaciones, los manifestantes se congregaron en la plaza de l’Étoile para descender por la célebre avenida de los Campos Elíseos, antes de cruzar los puentes sobre el Sena y proseguir la manifestación en otras grandes avenidas parisinas.
“He participado de casi todas las manifestaciones. Vemos cómo el servicio público se va al diablo”, declaró Marion, enfermera en París, que calificó de “cortina de humo” el “gran debate” lanzado por el presidente Emmanuel Macron a través de todo el país. “No creemos en eso, no vamos a participar”, aseveró.
La concentración, fuertemente vigilada por las fuerzas del orden, se desarrollaba en un ambiente tranquilo, a pesar de algunos silbidos, bengalas de humo y cánticos hostiles contra la policía y el presidente francés (“¡Emmanuel Macron, venimos a buscarte a tu casa!”).
Por la tarde, al margen de la manifestación en el barrio de Montparnasse, el filósofo Alain Finkielkraut se cruzó con la columna de manifestantes que lo abuchearon e insultaron tratándolo de “sionista de mierda”, lo que fue condenado con fuerza por el propio presidente Macron.
Este movimiento inédito, iniciado el 17 de noviembre y que se gestó en las redes sociales para protestar contra un nuevo impuesto al combustible, llamado “ecológico”, se expandió por toda Francia y obligó al gobierno a tomar medidas sociales y lanzar un gran debate nacional.
Los “chalecos amarillos” fueron sumando múltiples reivindicaciones, que en la actualidad van desde una mejora del poder adquisitivo hasta una mayor justicia social y fiscal, pasando por una democracia más horizontal o la exigencia de referendos ciudadanos. Algunos piden la renuncia de Emmanuel Macron.
En otras ciudades se registraron momentos de tensión, en particular en Burdeos (suroeste) en donde el movimiento de protesta está bien arraigado.
Varias columnas con miles de manifestantes marcharon por los barrios acomodados de la ciudad proclamando “muerte a los ricos”. Los manifestantes llegaron luego al centro histórico en donde se registraron enfrentamientos con la policía. Según la policía fueron unos 5.000 los manifestantes en esta ciudad.
Al menos 2.000 manifestantes desfilaron en Pontivy (oeste), gran centro de protestas en la región de Bretaña. En Toulouse, suroeste, otro bastión de protesta, varios miles de “chalecos amarillos” manifestaron. Asimismo en Nantes (oeste) la manifestación congregó a unas 1.600 personas, según la policía. Hubo algunos incidentes.
En Lyon (este) varios miles de manifestantes intentaron bloquear el tránsito en una autopista, lo que provocó importantes dificultades en el tránsito. En el este de Francia, los “chalecos amarillos” volvieron a reunirse en las rotondas de los pueblos y ciudades, que fue uno de los modos de acción con los que empezó el movimiento a mediados de noviembre.
El sábado pasado, 51.400 manifestantes se movilizaron en toda Francia, una cifra de nuevo inferior a protestas anteriores. Sin embargo, el movimiento rechaza que esté debilitado, y sólo concede que ha habido un estancamiento de sus fuerzas.
La protesta, que contó con un amplio apoyo popular al principio, ahora se empieza a desmoronar: por primera vez, la mayoría de los franceses (56%) quiere que se detenga la movilización, según un sondeo de Elabe publicado el miércoles. Los modos de acción de la protesta han sido ampliamente debatidos en el seno de este movimiento heterogéneo, que ha debilitado al gobierno francés obligándolo a hacer concesiones y lanzar un gran debate nacional para intentar salir de la crisis.
Pero, persiste el diálogo de sordos entre un gobierno preocupado por promover su “gran debate” y los manifestantes que denuncian una consulta de fachada.