Yanina tiene 29 años y vive en 25 de Mayo. Sus fotos y su nombre están en los medios locales. También internacionales. La película se estrenó por Netflix el 20 de agosto y está entre las diez más vistas de la plataforma. El mundo alaba su actuación, el rostro, el cuerpo que le puso a Gladys.
Antes, en 2017, había sido Marcela en “Una especie de familia”, otra película argentina. Su actuación le valió entonces el Premio del Sur como revelación.
En “Crímenes de familia” Gladys es una empleada doméstica que llega en micro desde “el interior” hasta el sexto piso de Posadas 1550, el departamento de Recoleta en el que viven Daniel Ignacio Arrieta (Migue Angel Solá) y Alicia Campos (Cecilia Roth). Se convierte así en empleada cama adentro de este matrimonio que tiene un hijo que mete a todos en problemas. A Gladys también. En “Una especia de familia” Marcela era una joven mujer hundida en la pobreza con tres hijos que no podía mantener, embarazada de otro que tuvo que entregar.
Yanina es madre de Kevin, de 9 años, y de Santiago, de 4. Cría a sus hijos sin padre, igual que su madre, Norma, que crió sola a sus cuatro hijos. “No tuve papá, o sí, pero nunca viví con él. La que luchó para criarnos fue mi mamá. Ella trabajaba todo el día, pero no alcanzaba”, cuenta Yanina. Terminó la primaria y empezó a barrer otros patios, planchar afuera, limpiar en casas. Tenía 13 años.
“Estoy muy orgullosa. Tenía que ayudar a mi mamá”. Años atrás Yanina empezó como empleada de limpieza de un centro comunitario de 25 de Mayo. Un día se llenó de cámaras, actores, actrices. Eran parte del equipo de “Una especie de familia”, la película dirigida por Diego Lerman. “Vinieron al centro comunitario porque este es un pueblo chico, no hay lugares como cines o teatros…”, cuenta Yanina. Una amiga se le acercó: “Dale, anímate, deciles que te gusta actuar”.
Ella se moría de vergüenza. Pero alguien prendió la cámara y Yanina habló. “Así empecé, como a un niño que largan para que camine solo… soy del interior, nunca estudié, pero ese día me fui soltando y me sentí muy cómoda”.
“No puedo hacerlo, no puedo tocarlo, es muy injusto agarrar a ese bebé”, dice como Marcela en una escena de “Una especie de familia”. Había parido al bebé que debía entregar y no quería alzarlo, ni mirarlo, ni olerlo. Al final lo hace, como todo lo que le pide ese matrimonio de porteños que viajó hasta Misiones para comprar el bebé que no pueden tener de otra manera.
“Tengo familias conocidas que han pasado situaciones así”, dice ahora Yanina por teléfono. La palabra “familia” se repite, en su voz, en sus dos películas. Sebastián Schindel, director de “Crímenes de familia”, recuerda que ese detalle surgió el día que se conocieron con Yanina y que ella respondió: “Quizás Dios me puso en el camino porque tal vez tengo algo que decir”.
“Sentarme a hablar con Sebastián fue como estar con un papá que nunca tuve, nunca sentí el abrazo de un padre. Con Diego había sido igual. Me sentí muy orgullosa de poder volver a trabajar con personas que tienen tanto amor para dar”, dice Yanina.
En “Crímenes de familia” hay un padre que no acompaña, otro que abandona y abusa, otro que se cansa y se va, otro que golpea y viola. “Hay muchas mujeres que pasan por lo que pasa Gladys, que tienen problemas con sus padres. Nunca se sabe qué pasa dentro de las cuatro paredes, y a las niñas y mujeres que les pasa eso no saben cómo expresarse, arañan para pedir socorro y ayuda”.
Yanina habla de abusos: “¿Cómo dar señales? Hay que unirse a las mujeres, la unión hace la fuerza. Hay que valorarse como mujeres, como niñas, hay que decir no cuando es no. Hay niñas que tienen cuerpo de mujer pero son niñas. Hay mujeres que se dejan llevar por alguien que parece cariñoso, pero no”.
En su última película, parada frente a un tribunal que la juzga por un delito grave, Gladys cuenta que su mamá murió cuando era muy chica, y que su papá se iba al monte y la dejaba sola por días, hasta que volvía y dormía la siesta con ella. Lo que le hizo el hijo de su “patrona” no se lo dirá a los jueces. Se lo dirá después a su “patrona”.
La película muestra una red de mujeres que se va tejiendo de a poco y que es la que finalmente sostiene. “Las mujeres nos tenemos entre nosotras, y nos apoyamos entre nosotras. Las mujeres no tenemos que bajar los brazos, tenemos los mismos derechos que los varones”, asegura Yanina.
Santi, el nene de la película que hace de su hijo, es su hijo en la vida real. Le dice tía a “la patrona” (Roth), que es quien lo cuida. Al principio molesta la tutela impuesta por esta señora de Recoleta, pero Gladys entiende, y la elige.
“Las mujeres no podemos bajar los brazos -repite-. Tenemos escudos de mujer. Y tenemos que unirnos porque de un granito de arena se hace una montaña. Y vamos a lograr que los varones dejen el odio y los golpes. Transformar esa violencia en amor. Queremos la igualdad”.
Para filmar la película, Yanina vivió en Buenos Aires dos meses. Vino con Santi, que era la primera vez que subía a un avión. Para ella era la segunda vez. El miedo aún no lo supera. “Pero fue una experiencia muy linda que no se me borra. Extraño mucho la vida de allá, el rodaje, sentir que cada día mi trabajo era mejor, y la gente que conocí. Hablé con personas que nunca pensé que iba a hablar”.
El contacto con Cecilia Roth siguió después, con algunas charlas por teléfono, hasta que el teléfono se rompió, y la cuarentena. El jueves a la noche, cuando veían la película, Santi gritaba “¡Tía!” cada vez que en la pantalla aparecía Cecilia Roth. Yanina quiere seguir con la actuación.
“Trabajar en esta segunda película fue como tocar el cielo con las manos -dice-. Quiero que este sueño siga y tengo fe en que las puertas se me sigan abriendo. Ojalá pueda volver a trabajar con personas tan queridas como Diego y Sebastián, que son como mi familia”.
Fuente: Clarín.