El hombre del cabello color plata ya abrazó uno por uno a todos sus jugadores. A todos. A Mbappé, a ese chico de 19 años que con su sonrisa blanca pinta todo el estadio, a ese pibe que acaba de convertirse en el futbolista más joven después de Pelé en pegar un impacto de semejante trascendencia. También a Griezmann, a ese delantero ultrageneroso que juega muy bien para el equipo, especialista en la pelota parada y clave en los tres primeros goles, el mismo que ahora se muerde la camiseta y llora porque empieza a caer en lo que acaba de lograr. Ese señor, que fue campeón del mundo hace 20 años como jugador y ahora repite como entrenador, además ya apretó a Pogba, a ese negro simpático que le pone color con su talento al mediocampo, capaz de convertirse en decisivo de repente.
Ahora que ya no tiene a otro futbolista por abrazar, Didier Deschamps queda a disposición de sus muchachos de pantalones cortos. Entonces, ellos a él lo elevan con felicidad total. Lo tiran hacia arriba y lo rescatan, una y otra vez. No suena a episodio forzado. Parece ser la postal de un equipo de verdad, con un técnico que acumula media docena de años, con una formación que no se quebró tras perder la final de la Eurocopa 2016, con intérpretes que combinan diversos rasgos para desarrollarse en un partido desde distintos lugares, desde la frialdad de una estrategia de espera, desde la explosión del contraataque, desde las jugadas con pelota detenida, desde el repentino estallido de las fantasías que algunas de sus individualidades encierran. Es Francia. El campeón del mundo. Brutal en su construcción colectiva. Dulce en sus destellos de placer. Indiscutible.
Los croatas que se habían desplomado sobre el césped en el epílogo ya están de pie. Miran sin esconder sus miradas. Y sí: nada hay para el reproche. Croacia molestó durante varios tramos al nuevo campeón. Lo puso en estado de shock. Lo desafió al extremo. Reaccionó con sus herramientas emocionales y técnicas. Es todo un símbolo que el Balón de Oro haya sido para Modric, aunque no haya edificado una producción colosal. Después, por supuesto, esto es fútbol. Hay circunstancias. Y ninguna vinculada con el azar estableció una complicidad con la simpática Croacia, que padeció dos hechos históricos en finales de Mundiales: el primer gol en contra y el primer penal sancionado a través del VAR. Demasiado.
A protagonizar había salido Croacia, tratando de imponer su estilo franco, hambriento. Modric y Rakitic enfrentaban duelos con Kanté y con Pogba, mientras Brozovic (el mediocampista más retrasado) estaba atento a los movimientos habituales de Griezmann unos metros más abajo que Giroud, la máxima referencia ofensiva de una Francia que se sentía incómoda.
Sin embargo, a pesar de esas buenas sensaciones, a Croacia la final se le hizo cuesta arriba casi todo el tiempo. Es que cuando Perisic ya había evidenciado que iba a complicarle la vida a Pavard, cuando Rakitic ya se había mostrado como comandante en la batalla del mediocampo, cuando Francia sólo se había arrimado con una corrida sin final feliz de Mbappé, llegó el tiro libre de Griezmann (a él Brozovic le había cometido la falta más que leve) que se transformó en gol en contra por la peinada vacía de fortuna de Mandzukic.
Croacia realizaba las transiciones con fluidez y velocidad, si hasta el siempre equilibrado Kanté sufría en la mitad de la cancha. Y en uno de esos raptos eléctricos de los balcánicos, el volante francés cortó a Perisic con una falta que derivó en su amonestación y en algo más. Ese miniduelo se repetiría en la continuidad de la ejecución de ese tiro libre. Es que Rakitic la abrió a un costado del área, la redonda volvió al corazón de esa zona caliente y Perisic dibujó un control orientado con la derecha que le sirvió para anular el cierre de Kanté y para explotar con un zurdazo descomunal.
Vaya reacción la de Croacia. El problema es que casi ni pudo disfrutar el empate. Había otro imprevisto a la vista. El penal vía VAR, en una evaluación correcta de Néstor Pitana: hubo mano de Perisic luego del córner. Y Griezmann no perdonó. A esa altura, los croatas al árbitro argentino ya le habían pedido un penal por un empujón de Umtiti a Mandzukic que ni el misionero ni los jueces de video consideraron.
Acostumbrada a su historia de sufrimiento y de lucha, Croacia no se rindió. Peleó por su sueño. El segundo impacto tampoco le bombardeó las convicciones. Rakitic siguió jugando. Modric empezó a incidir un poco más. Volvió a preocupar en un episodio de pelota quieta, un córner que Vida cabeceó apenas desviado. Y también con un intento de Rebic, tras sensual pase de Rakitic, que Lloris sacó por arriba. Era una sombra Francia. Tan poca consistencia exhibía que a un intocable, a Kanté, lo sacó Deschamps porque tenía amarilla y corría riesgo de expulsión. Adentro Nzonzi.
La cuestión es que Francia apenas se había rebelado con un contraataque lanzado por Pogba que le permitió a Mbappé exponer su capacidad de velocista hasta quedar mano a mano en una posición cerrada que aprovechó Subasic para tapar. Ese flash, eso sí, era el anuncio del nuevo partido.
Con Croacia ya jugada, con espacios a favor y en su salsa, Pogba se instaló con fuerza máxima en el juego largo, ideal para exprimir a la flecha Mbappé. Entre ellos dos construyeron el tercero: el del Manchester United desató el nudo con un pase de colección, con el borde externo del pie derecho, para la precoz estrella de los 180 millones de euros del PSG. Mbappé, centro atrás, paz total de Griezmann para ver la mejor opción y zurdazo dulce de Pogba para festejar. Enseguida, Lucas Hernández armó una proyección de lateral diferente y encontró cerca de la medialuna a Mbappé, quien con un derechazo abajo dejó sin reacción a Subasic.
Dos puñaladas en seis minutos. Demasiado para cualquiera. Lo único que le faltaba a Croacia era remontar tres goles después de recorrer tres alargues y de tener un día menos de descanso que su rival. Creyó Mandzukic en un posible error de Lloris, acertó porque hubo blooper del arquero y descontó. ¿Milagro? No. Francia no los acepta. No los permite. Por eso, como en el 98 pero veinte años después, también es campeón del mundo. Ahora diluvia. Llora el cielo. ¿Será por Croacia?